Mosquera, el silencio de los alcornoques

Mosquera, el silencio de los alcornoques

El zarpazo del fuego nos ha hecho entristecer nuevamente. La sierra Espadán está herida, muy herida en uno de sus flancos. Pero se detuvieron las llamas, se cercó el fuego y no llegó a Mosquera, ese ínclito valle que me enamoró la primera vez que lo vi, lo mismo que me pasó al ver otros valles emblemáticos del parque natural: Caridad, Jinquer, Agua Negra, Cabrera, Castro… Valles de una gran belleza tanto en el aspecto paisajístico, por su colorido, variedad geológica y vegetal, por la riqueza forestal de sus alcornoques y por los espectaculares castillos que los dominan: Castro, Mauz, Aín, …

Hablar de los aspectos geográficos de Espadán, su configuración entre los valles del Mijares al norte y del Palancia al sur, su clima, las neveras, la vegetación, la fauna, la hidrografía, el poblamiento, necesitaríamos más espacio en esta ocasión. Eso sí, las características geológicas de Espadán se diferencian de otras sierras valencianas por la abundancia de materiales del triásico, areniscas rojas conocidas como rodeno, que le otorgan un cromatismo muy peculiar y llamativo.

Situado entre los términos de Azuébar y Almedijar se halla el barranco de la Falaguera, que destaca por sus extensos bosques de alcornoques que cubren literalmente sus laderas hasta su cabecera. Pero, en el conjunto del valle, destaca una masía, de grandes proporciones, ubicada en lo alto de un roquedal y única en el valle. Por lo que el topónimo del valle se ha transformado con el nombre de esta masía, conociéndose más por el valle de Mosquera.

Con una orientación noreste-sudoeste, su cabecera se configura entre las cumbres de Peña Blanca (971 m.), Altos de Bobalar (931 m.) y Bellota (959 m.). La zona superior es netamente alcornocal, mientras que en  la intermedia e inferior abundan, asimismo, otras especies vegetales como jaras, hiedras, madreselvas, madroños, lentiscos, brezos y, helechos, de ahí su nombre de “falagueres” en valenciano.

El valle está comunicado por una pista forestal que nace en Azuébar y llega hasta la masía, siguiendo su trazado (año 1931) hasta conectar con la carretera de Almedijar a Aín, cruzado el collado de la Ibola.

La toponimia de la masía parecer ser que tiene su origen en época preislámica. Cobrando protagonismo en los albores de la reconquista como una alquería morisca, dedicada principalmente a la ganadería y agricultura, y también a los recursos corcheros. En este caso, la masía se adecua y transforma con el tiempo con elementos indispensables de este comercio, amén de otros servicios que tenía, como los corrales.

Mosquera siempre ha sido un valle húmedo y sombrío, condicionado por frecuentes nieblas, rocíos y el fenómeno de la criptoprecipitación. Por cierto, al pie de la masía mana una fuente, La Esbarosa, formando un rincón muy pintoresco.

Siempre que llego a la replaceta de la masía, me gusta sentarme sobre una piedra plana y rememorar su pasado. Con su actividad en el inicio de la temporada de la extracción del corcho. Con las estancias estivales para los propietarios de la finca y el ajetreo de sacadores y acarreadores. Cuando finalizaba la extracción del corcho a mediados de agosto, se celebraba  una concurrida fiesta con la participación de los familiares de los que habían trabajado en la finca, sirviendo tortas de tomate, cocas, vino, dulces, mistelas y bailes, amenizados por la banda de música de Almedijar (año 1945).

Hay rutas para todos los gustos para acceder a Mosquera. Por la pista citada anteriormente hasta la entrada a Mosquera desde Azuébar o desde la carretera de Almedijar a Aín; por el Corral Nuevo y el barranco Vidal, subiendo a los altos y pasando por Las Balsicas. Es un PR que parte de Azuébar, siguiendo hacia Mosquera o al Carrascal, si se quiere ascender a esta prominente cumbre.

Desde el collado de la Ibola hay otra ruta interesante pasando por el Cerro Gordo y llegando al collado de la Mosquera. El descenso hacia Mosquera es precioso, con ejemplares de alcornoques centenarios y una prodigiosa floresta.

Escribo estas líneas con el dolor compartido, la impotencia, la rabia… No digo más, o sí, que, aunque ya no pueda andar los caminos de Espadán siempre quiero verla tan holgada, con su color y perfumes, con sus cumbres, con su solemne arboladura, hinchando el pecho frente al paisaje puro con hermosura agreste. Y escribir sobre Espadán, como el último artículo que dediqué sobre Mosquera. Transcribo algunos párrafos:

“Aún quedan jilgueros y petirrojos entonando la retorneada  sinfonía de las primaveras. Y si tienes suerte en tu singladura por el valle, los saltos acrobáticos de alguna ardilla, te harán detenerte, acordonando su agilidad por el retorcido ramaje gris de los alcornoques. En marzo, seguro que encontrarás aún la recamada flor del almendro, mudo testigo de un pasado agrícola bien aprovechado por el ingenio de los moriscos.

También tendrás la oportunidad de detenerte en tu paseo ante la nobleza verde y gris de helechos, jaras, lavandas, brezos y zarzamoras, regalando frescuras. Y adentrarte por la holgura selvática del terreno es un buen consejo. Hay cortos senderos que te permiten la accesibilidad, rondar la enfajada estructura vegetal del soberbio valle. Y cuando llegues a la vieja masía, entronizada en el corazón del valle, te apenará su abandono, su estructura caduca, el airado desmoronamiento  de sus aposentos.

Y cuando abandones la deplorable imagen de la histórica edificación, remonta el valle hacia su cabecera, y elige alguno de los senderos que te llevarán al reino de las cumbres, hacía la aventura del Carrascal, de Peña Blanca,  de los Altos de Bobalar  o del Cerro Gordo, allí donde Espadán se estira por su espinazo y se ensancha entre rojizos cantiles hacia las vertientes y arbotantes del Palancia y Mijares. Y seguro que alguna nube viajera rozará el aposento de alguna cumbre, o verás el majestuoso vuelo del águila, coronando con su balada los cárdenos cielos de Espadán, inflamados a la luz de las alboradas”.

 

Luis Gispert Macián